The Cat Empire en La Riviera: un relato de amor
Hoy quiero narrar una historia de amor. Ocurrió el miércoles pasado, en La Riviera. Comienza con un prólogo. A las 20:30, Steph Strings actuaba como telonera de The Cat Empire. Su manejo de la guitarra generaba un sonido carismático que llevaba a los asistentes a aplaudir con entusiasmo. Desafortunadamente, aún había llegado muy poca gente; de hecho, fue en los 5 minutos previos al concierto cuando la pista se llenó de espectadores.
Aquí comienza el primer capítulo de nuestra historia: el encuentro. Se apagan las luces y salen al escenario Felix Riebl y Ollie McGill, dos de los tres miembros fundadores del grupo, seguidos de rostros bien conocidos por la banda como Roscoe Irwin (trompeta), Kieran Conrau (trombón) y Daniel Farrugia (batería); y de algunos novedosos en la gira como la galardonada Grace Barbé (bajo y voz), el cubano Lázaro Numa (trompeta) –quien formaba los «Empire Horns» junto a Conrau e Irwin– y la iraní Neda Rahmani (percusión). El talento y carisma de cada uno de ellos merecería una crónica individual.
Comenzaron –como todas las historias de amor– llenos de ilusión y energía; no había forma de quitarles la sonrisa del rostro. La banda, cuyos miembros provenían de culturas y contextos muy diversos, era una personificación de la icónica línea «music is the language of us all» de ‘How to explain’. Desde el inicio, sus canciones buenrollistas con estribillos pegadizos y coreables se deslizaron una tras otra: ‘Bulls’, ‘Oscar Wilde’, ‘Sleep Won’t Sleep’…
Y empezó la segunda etapa de nuestra historia de amor: la luna de miel. Ese momento en el que el ritmo y la energía aumentaban sin límite aparente, siendo cada canción una explosión de ritmos, luz, colores y melodías. Explicaron que era la primera vez que estaban de vuelta en Europa, por lo que aquel concierto tenía un valor especial. Pasaron desde ‘The Rhythm’ y su “cantar con las caderas” hasta la melancólica y lenta ‘The Lost Song’. Entre los estribillos se intercalaban solos de improvisación de cada músico; por unos instantes, tomaban la iniciativa y se embarcaban en un viaje personal cohesionado al sonido de la banda. Cuando iban a terminar levantaban la vista, miraban a la banda sonriendo, como si acabaran de hacer algo trivial, asentían y retomaban todos juntos la canción original. Era un concierto que, por la calidad de las actuaciones, se podía disfrutar con la misma intensidad tanto si se conocían las canciones como si se escuchaban por primera vez.
Así llegamos al tercer capítulo: la casa. De alguna forma, habían transcurrido ya cincuenta minutos de concierto. El tiempo había volado y, de repente, aquel espacio y momento se había convertido en hogar sin que el público se diera cuenta. Después de cantar la famosa ‘Two Shoes’, Lázaro Numa tomó la palabra: “dicen que los españoles lo que nunca pierden es el alma, así que ¡vamos a bajar hasta el piso!”. Y, efectivamente, convirtió la sala en una pista de baile con una cover de ‘A Buena Vista’ de Soneros de Verdad. El público pudo respirar un poco mientras Felix bebía de su botellín de cerveza, lo elevaba y con un “¡salud!” brindaba con todos.
Bañaron de luz blanca a los espectadores mientras coreaban ‘Brighter Than Gold’ y les dedicaron con ilusión ‘Like a Drum’, que habían preparado especialmente para sus conciertos en España. Hasta el momento, el público había bailado y saltado hasta cubrirse de sudor, aparentemente con toda su energía. Pero cuando sonaron las trompetas de ‘Still Young‘, en cuestión de segundos el que estaba a la derecha de la pista se encontró a la izquierda, los grupos de amigos se esparcieron y se perdieron todos en un pogo instantáneo. Sonaron todas las cuerdas vocales de la sala, se terminó la canción y The Cat Empire se despidió y salió del escenario.
Así, llegamos a nuestro cuarto y último capítulo, porque, como todos sabemos, esta pequeña ruptura era una mentirijilla. Los oyentes aplaudían, gritaban «una más» y un grupo pequeño comenzó a corear ‘Still Young‘. El público se unió a la iniciativa y creó una voz conjunta y brillante. Y finalmente salió la banda con la cara llena de emoción y unió sus instrumentos y voz a la iniciativa común. Felix cerró la canción cambiando un poco su letra: «Madrid, I’ve never met no one like you!»
Con ‘Hello’ la alegría y el desorden continuaron. Y sería de esperar que este, con su canción más conocida, fuera el final del concierto, como el cierre en el punto culminante de las comedias románticas. Pero esta historia de amor no termina así. The Cat Empire dió varias costuras finales. La primera: la fiesta. Con un mix de ‘La Bamba’ y de ‘Twist and Shout’, el concierto se convirtió en una feria de pueblo. La segunda: un nuevo comienzo. Compartieron con el público por primera vez en directo una canción del próximo álbum que publicarán, con una respuesta del público muy buena. Y el remate final: el hogar. Formaron una verbena con ‘The Charriot’, del álbum de 2003, un himno antibélico al buen rollo; todos cantaban, reían y bailaban sin importar los choques o la cerveza que caía sobre los zapatos y las espaldas.
Lo mejor del final de esta historia de amor es que no es un final. Porque 15 minutos después de que acabara el concierto, cuando la gente hacía cola para recoger su abrigo o ir al baño, aún había grupos en la pista coreando ‘Still Young’. Y cuando ya iban a cerrar las puertas y todos se dirigían a sus casas, aún cantaban por las calles. Seguro que, en este preciso instante, alguien la sigue tarareando mientras termina de colocar los platos lavados en el armario.
Fotos de @jherraezb